miércoles, 10 de agosto de 2011

esa cosa llamada ciencia

El 6 de abril el diario italiano La Repubblica publicó un artículo acerca del reciente libro de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow The Grand Design. Un pasaje del libro afirma que “la filosofía está muerta”. Y continúa: “La filosofía no se ha mantenido a la par con los avances modernos en la ciencia, y en particular la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento”.

La muerte de la filosofía ha sido anunciada muchas veces antes, y eso no fue causa de alarma. No obstante, viniendo de un genio como Hawking, parecía ser una afirmación muy tonta . Para asegurarme de que La Repubblica no lo había citado equivocadamente, salí y compré el libro, y al leerlo confirmé mis sospechas.

En los créditos del libro se indica que fue escrito por dos autores. Pero en el caso de Hawkins el “por” es un término dolorosamente metafórico, porque sus miembros no responden a las órdenes de su cerebro excepcional. Por tanto, el libro es básicamente una obra del segundo autor, Mlodinow, a quien la portada describe como un excelente autor que escribe versiones populares de temas científicos y creador de varios de los episodios de “Viaje a las estrellas” . (Hay una sugerencia de “Star Trek” en las hermosas ilustraciones del libro, que parecen haber sido concebidas para enciclopedias infantiles de épocas pasadas: son plenas de colores y fascinantes, pero no explican en absoluto las complejas teorías físico-matemáticas-cosmológicas que deberían ilustrar).

Quizá no fue prudente confiar el destino de la filosofía a personajes de una serie de ciencia ficción.

The Grand Design se inicia con la declaración perentoria de que la filosofía nada tiene ya que enseñarnos y que sólo la física puede explicar: (1) cómo comprender el mundo que nos rodea; (2) la naturaleza de la realidad; (3) si el Universo necesita tener un creador; (4) por qué hay algo en lugar de nada; (5) por qué existimos; y (6) por qué existe este juego específico de leyes.

Estas son preguntas típicas en la filosofía , pero el libro muestra cómo la física puede responder los últimos cuatro interrogantes que parecen ser los más filosóficos de todos.

El único obstáculo es que, antes de que uno pueda intentar contestar las últimas cuatro preguntas, es necesario tener la respuesta para las dos primeras. En otras palabras, ¿qué significa decir que algo es real y que conocemos el mundo exactamente como es? Quizá usted recuerde preguntas como éstas de la escuela secundaria o de un curso universitario de filosofía: ¿Sabemos por qué la mente se adapta a la cosa? ¿Hay algo fuera de nosotros o, como dice Hilary Putnam, de la cátedra de Filosofía de Harvard, somos cerebros en un recipiente? Y bien, las respuestas fundamentales que ofrece este libro son típicamente filosóficas, y si esas respuestas filosóficas no existieran, incluso un físico no sabría decir qué es lo que sabe o por qué.

De hecho, Hawkins y Mlodinow hablan de realismo modelo-dependiente; en otras palabras, asumen que no hay un concepto de realidad independiente de descripciones o teorías.

De forma que teorías diferentes pueden describir el mismo fenómeno de manera satisfactoria mediante estructuras conceptuales diversas; en consecuencia, todo lo que podemos percibir, saber y decir acerca de la realidad depende de la interacción entre nuestros modelos y el “algo” que existe fuera de nosotros, que conocemos gracias a los órganos de percepción y al cerebro.

Lectores más suspicaces quizá hayan detectado el fantasma de Immanuel Kant en el argumento del libro. Los autores proponen lo que es conocido por algunos filósofos como holismo y por otros, como realismo interno.

Todo esto no es un asunto de descubrimientos físicos sino de supuestos filosóficos , que sostienen y legitiman la investigación de los físicos. Y si los físicos son buenos en su trabajo, no pueden evitar plantear el problema de los cimientos filosóficos de sus propios métodos. Esto es algo que ya sabíamos, tal como estábamos familiarizados con la revelación del libro (evidentemente obra de Mlodinow y la tripulación de la nave Enterprise) acerca de que en la Antigüedad la gente atribuía los desastres naturales a un Olimpo de divinidades maliciosas. Cielo santo y por Júpiter.

Umberto Eco: La filosofía cayó en manos de la gente de “Star Trek”, Clarín, 15/05/11, Vía

De izquierda a derecha: Galileo Galilei, Marie Curie, J. Robert Oppenheimer, Isaac Newton, Louis Pasteur, Stephen Hawking, Albert Einstein, Carl Sagan, Thomas Edison, Aristoteles, Neil deGrasse Tyson, Richard Dawkins y Charles Darwin.

jueves, 4 de agosto de 2011

es el tedio un mal antiguo?

Séneca vio la diferencia esencial, que Freud analizaría muchos siglos después en un célebre artículo, entre duelo y melancolía. La melancolía tiene causas diversas, ciertamente, y puede ser engendrada por un duelo; pero los efectos, los síntomas del mal, divergen: en el duelo, el mundo pareciera estar vacío si un ser querido hace falta; en la melancolía es el yo, el ego, lo que pierde valor, se vacía, se vuelve inútil para el sujeto «disgustado de sí mismo».
  • el mal adquiere formas múltiples cuyo resultado es siempre el mismo, la insatisfacción de uno mismo (fastidium sui, tedium sui o, en el mayor grado tedium vitae).
  • no es posible huir materialmente del tedio, porque está —físicamente— en nosotros. Se apodera del alma y del ánimo, y sus consecuencias son somáticas.
  • el tedio nos coloca en una situación de asincronía con el tiempo, que ya no se percibe de la misma manera.
  • el remedio sólo se encuentra por medio de la meditación, del trabajo razonado y del equilibrio entre actividad y ocio, entre soledad y convivencia con los demás.
Extraído de :
Dulce Ma. Zúñiga
Departamento de Estudios Literarios
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad de Guadalajara

miércoles, 22 de junio de 2011

Un cuento de caracoles y plantas

De eso habla un cuento de Enrique Wernicke, escritor argentino (1915-1968), llamado “Los caracoles”:
El narrador, un hombre mayor, cuida un jardín donde cultiva plantas diversas, y sus enemigos son los caracoles, que tienen la única intención de arruinar todo crecimiento y cualquier flor que en ese territorio comience a asomar. Por lo tanto, la mayor ocupación del hombre es luchar contra los caracoles y procurar exterminarlos.
Su amiguita, una niña, Adriana, adora los caracoles. Se enfurece contra el hombre, a quien llama Tío Viejo. Ella se opone a la muerte de los caracoles.
“Tío Viejo, tú no sabes  que los caracoles son lindos”, dice Adriana mirándolo a los ojos.
“Tienes razón. Yo no sabía que los caracoles eran lindos. Pero los caracoles estropean mis plantas y por eso los mato.”
“A mí no me importan nada tus plantas…”
Esta discusión se va dilatando en el tiempo, y cada uno defiende sus mundos, sus valores preferidos.
Otro día Adriana le pregunta: “¿Tu crees que cuando yo sea grande también tendré que matar caracoles…?
El hombre le asegura que el futuro será mejor que el presente. La niña llora, sin embargo, porque el presente sigue siendo amargo.
El, para consolarla, le dice al oído: “¡Muera mi mundo viejo! ¡Viva el mundo de Adriana! Viva un mundo nuevo para los niños y los caracoles. Viva… ¡Perdóname, que demonios, viva un mundo donde también vivan las plantas!”… (Fin)
No podemos estar juntos sino haciendo este tipo de concesiones. Quizás sacrificando algún valor inferior en pro de alguno superior. Es un cuento de plantas contra caracoles. De caracoles contra plantas. Todos tienen derecho a vivir. Los dos mundos son en sí contradictorios, y a la vez ambos son validos en sí mismos como opuestos. También, ambos protagonistas representarían dos generaciones lejanas entre sí, la de Adriana de siete años y la del hombre mayor. Pero ambas partes deben aprender a convivir, buscando un modo. Los caracoles valen y las plantas valen. La niña debe aprender, debe crecer a la convivencia, a la comunicación, no a lo mío y a lo tuyo, sino a lo nuestro. Tío Viejo, al final está dispuesto, a conceder la supervivencia de los caracoles, pero luego se rectifica y también quiere que vivan las plantas.
Y es en esto donde reside la honestidad del hombre. Cada cual tiene derecho a preservar sus predilecciones. Lo que no puede es imponerlas a los demás.
Por último, puede que exista, también, algo superior a los caracoles y las plantas: el afecto. El de te quiero y quiero que sigamos siendo amigos y compañeros, por lo tanto sacrifico lo mío privado y tan personal para preservar nuestra relación. No dejare que nada se interponga entre nosotros, ni plantas ni caracoles.

martes, 24 de mayo de 2011

Genealogía del "ser artista "


Habrá que distinguir entre la figura del artista y del artesano.
El artesano es aquel que “hace” algo, que despliega su destreza, y su técnica en la elaboración de un producto, su obra. El artista en cambio se define como alguien que “es”; hay cierta esencialidad , independientemente de la realización de su obra, algo así como una personalidad artística. Por tanto su definición como tal exime su obra. La misma sería una consecuencia natural de su ser artista, de ese ser que habita dicha subjetividad.
Cómo puede entenderse la figura del artista hoy ; cuáles son las trasmutaciones que sufrió.
Por ejemplo, en la Edad Media era impensable hablar de una “personalidad artística”, no habría tenido ningún sentido hacerlo; lo importante era copiar de forma lo más neutra posible la naturaleza y evitar toda posible distorsión subjetiva. Lo explica claramente la cantidad de obras anónimas que se encuentra, afirmando el concepto de que lo importante radicaba en la obra y no en su autor, en el sujeto creador. Con el bagaje necesario  de herramientas, dominio técnico, experiencia y aptitud el artesano practicaba su oficio y la importancia radicaba en su maestría.
                                                                                                                      
“..La imitación, es decir la renuncia a la propia personalidad se consideraba no como un defecto sino como una ventaja” (1)Mukarovsky
Importaba más su valor ritual que su valor de exposición. Que esas obras existiesen, no que fuesen contempladas. Ej .cavernas, catedrales medievales.
Al final de la edad media el proceso de secularización del arte se concreta, éste abandona su existencia parasitaria y se independiza. La actividad artística comienza a subjetivarse.
“ ..la forma artística ya no surge de la cosa en si y de su propio orden sino de la vivencia óptica y auditiva provocada por la cosa en el sujeto creador” (2) Mukarovsky
Pero este subjetivismo desarrollado a lo largo del siglo XV y XVI difería bastante de la época moderna; el artista  no veía aún a sus obras como un producto emanado directamente de su ser.
Cada obra era el resultado de su voluntad consciente y de su aptitud para captar el orden de la naturaleza por medio de la razón, y de los sentidos de una forma lo más objetiva e impersonal posible. (¿).
Ya situados en el presente vemos como el estatuto del artista comenzó a cambiar en el romanticismo. El artista aparece como un genio excepcional y su obra directamente emanada del mismo. Esta mutación histórica trajo no pocas consecuencias. El genio creador y la voluntad de crear se vuelven un valor en si. La autenticidad no está dada ya en copiar el orden natural sino en el interior de su alma. Su obra será el reflejo de su interioridad , nace la figura del autor, que implica una propiedad legal sobre su obra. Por lo tanto en este sentido toda obra es un producto, una mercancía.
Este giro es posible gracias a la institucionalización de la función autor, concebida con todos los derechos y deberes que conlleva, en el marco de la revolución francesa, y a cierta estabilidad de la obra como un producto intocable que no se puede modificar sin adulterar.
Esta noción de “función autor” acuñada por Michel Foucault , señala el giro que surge a partir de la necesidad de contestar a la pregunta “¿Quién Habla?” , a cada discurso, obra, etc, se le preguntará de quién es , en que fecha fue escrito, en qué circunstancias,etc..
Entonces cobra particular importancia el valor de quién firma, y ya no importa tanto la obra en sí sino quién la hace. Notemos una inversión total en relación a las categorías planteadas por la antigüedad y la edad media en relación al artista y su obra.
La posmodernidad trajo aparejado la mediatización del artista, con toda la parafernalia que esto conlleva, sostenida por la necesidad de “conocer” íntimamente al artista y su personalidad, “verlo”, “exponerlo”, más allá de su obra.
Ej.  Foucault  aceptó en 1980 dar una entrevista con condición de anonimato, diciendo que el nombre es una facilidad, en una tentativa de provocar los juegos de poder que insisten en transformar el “Yo” autoral, en una marca.
El enorme engranaje que hoy trasunta la industria cultural presupone que “ la producción del arte gira en torno a la exposición del arte, que a su vez gira en torno a la producción de exposiciones de arte “ según P. Sloterdijk. Este engranaje es antes que nada una máquina de mostrar, lo que interesa es hacer para hacerse visible. (3)
“El Yo del observador se convierte en lugar de depósito de valores y significados. Sólo un ego con forma de cuenta es válido para el ingreso de arte con forma de valor” (4) idem anterior
Revista Observaciones Filosóficas © 2005 -  2011 DanoEX
Hay un claro fetichismo del valor,  pero del valor de cambio de las obras. Nada más alejado de aquel valor ritual o religioso.
La exposición es la institución moderna para producir visibilidad.
Cada ser humano, un ser humano. ¿Qué charlatanería de gran corazón podría pretender esto? Cada ser humano, un artista. ¿Desde cuándo se puede decir eso sin la bufonería de los responsables de cultura? (5)
Entonces, el extremo absurdo casi de este proceso que surge en el romanticismo sería que la obra vale más,si detrás de ella vive y respira el autor.
 En 1917 Marcel Duchamp provocó una revolución, que hasta hoy apreciamos su daño, al exponer un objeto cualquiera y decir que este era una obra de arte solo por el antojo del artista de exhibirlo. Es innegable la potencia de este hecho que hizo estallar los cimientos de la cultura burguesa de su época, pero sus rescoldos llegan hasta grados extremos donde se sostienen casi impunemente “ lo importante es la idea, no su ejecución”.
Damien Hirst, es un artista británico, famoso por vender en millones un tiburón, que luego tuvo que sustituir porque se descomponía, el cual declaraba con soltura que no era necesario que un artista hiciera su obra, al igual que los arquitectos, no se le “antojaba” necesario; muchas veces solo le daba a sus obras algunos retoques y con su firma bastaba.-
Así investidas en la lógica del espectáculo mediático la figura del autor se transforma en celebridades; un cierto tipo de mercancía revestida de un barniz de “personalidad artística” , y asimismo dispensan cualquier tipo de relación con su obra”.

No olvidar

VIRTUD
VERDAD
JUSTICIA
AMOR
MUERTE
VIDA
BELLEZA
LIBERTAD

Todos los seres humanos somos parecidos
Nos aquejan los mismos problemas, nos hacemos las mismas preguntas.
Si hay algo que es necesario preservar es lo que nos hace humanos.. lo que nos diferencia de los animales.. y no porque seamos mejores que ellos ( eso que no se lo crea nadie ) sino porque la posibilidad de hacer uso de esa diferencia hace de nosotros la más elevada criatura o de lo contrario la más temible bestia