Habrá que distinguir entre la figura del artista y del artesano.
El artesano es aquel que “hace” algo, que despliega su destreza, y su técnica en la elaboración de un producto, su obra. El artista en cambio se define como alguien que “es”; hay cierta esencialidad , independientemente de la realización de su obra, algo así como una personalidad artística. Por tanto su definición como tal exime su obra. La misma sería una consecuencia natural de su ser artista, de ese ser que habita dicha subjetividad.
Cómo puede entenderse la figura del artista hoy ; cuáles son las trasmutaciones que sufrió.
Por ejemplo, en la Edad Media era impensable hablar de una “personalidad artística”, no habría tenido ningún sentido hacerlo; lo importante era copiar de forma lo más neutra posible la naturaleza y evitar toda posible distorsión subjetiva. Lo explica claramente la cantidad de obras anónimas que se encuentra, afirmando el concepto de que lo importante radicaba en la obra y no en su autor, en el sujeto creador. Con el bagaje necesario de herramientas, dominio técnico, experiencia y aptitud el artesano practicaba su oficio y la importancia radicaba en su maestría.
“..La imitación, es decir la renuncia a la propia personalidad se consideraba no como un defecto sino como una ventaja” (1)Mukarovsky
Importaba más su valor ritual que su valor de exposición. Que esas obras existiesen, no que fuesen contempladas. Ej .cavernas, catedrales medievales.
Al final de la edad media el proceso de secularización del arte se concreta, éste abandona su existencia parasitaria y se independiza. La actividad artística comienza a subjetivarse.
“ ..la forma artística ya no surge de la cosa en si y de su propio orden sino de la vivencia óptica y auditiva provocada por la cosa en el sujeto creador” (2) Mukarovsky
Pero este subjetivismo desarrollado a lo largo del siglo XV y XVI difería bastante de la época moderna; el artista no veía aún a sus obras como un producto emanado directamente de su ser.
Cada obra era el resultado de su voluntad consciente y de su aptitud para captar el orden de la naturaleza por medio de la razón, y de los sentidos de una forma lo más objetiva e impersonal posible. (¿).
Ya situados en el presente vemos como el estatuto del artista comenzó a cambiar en el romanticismo. El artista aparece como un genio excepcional y su obra directamente emanada del mismo. Esta mutación histórica trajo no pocas consecuencias. El genio creador y la voluntad de crear se vuelven un valor en si. La autenticidad no está dada ya en copiar el orden natural sino en el interior de su alma. Su obra será el reflejo de su interioridad , nace la figura del autor, que implica una propiedad legal sobre su obra. Por lo tanto en este sentido toda obra es un producto, una mercancía.
Este giro es posible gracias a la institucionalización de la función autor, concebida con todos los derechos y deberes que conlleva, en el marco de la revolución francesa, y a cierta estabilidad de la obra como un producto intocable que no se puede modificar sin adulterar.
Esta noción de “función autor” acuñada por Michel Foucault , señala el giro que surge a partir de la necesidad de contestar a la pregunta “¿Quién Habla?” , a cada discurso, obra, etc, se le preguntará de quién es , en que fecha fue escrito, en qué circunstancias,etc..
Entonces cobra particular importancia el valor de quién firma, y ya no importa tanto la obra en sí sino quién la hace. Notemos una inversión total en relación a las categorías planteadas por la antigüedad y la edad media en relación al artista y su obra.
La posmodernidad trajo aparejado la mediatización del artista, con toda la parafernalia que esto conlleva, sostenida por la necesidad de “conocer” íntimamente al artista y su personalidad, “verlo”, “exponerlo”, más allá de su obra.
Ej. Foucault aceptó en 1980 dar una entrevista con condición de anonimato, diciendo que el nombre es una facilidad, en una tentativa de provocar los juegos de poder que insisten en transformar el “Yo” autoral, en una marca.
El enorme engranaje que hoy trasunta la industria cultural presupone que “ la producción del arte gira en torno a la exposición del arte, que a su vez gira en torno a la producción de exposiciones de arte “ según P. Sloterdijk. Este engranaje es antes que nada una máquina de mostrar, lo que interesa es hacer para hacerse visible. (3)
“El Yo del observador se convierte en lugar de depósito de valores y significados. Sólo un ego con forma de cuenta es válido para el ingreso de arte con forma de valor” (4) idem anterior
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Hay un claro fetichismo del valor, pero del valor de cambio de las obras. Nada más alejado de aquel valor ritual o religioso.
La exposición es la institución moderna para producir visibilidad.
Cada ser humano, un ser humano. ¿Qué charlatanería de gran corazón podría pretender esto? Cada ser humano, un artista. ¿Desde cuándo se puede decir eso sin la bufonería de los responsables de cultura? (5)
Entonces, el extremo absurdo casi de este proceso que surge en el romanticismo sería que la obra vale más,si detrás de ella vive y respira el autor.
En 1917 Marcel Duchamp provocó una revolución, que hasta hoy apreciamos su daño, al exponer un objeto cualquiera y decir que este era una obra de arte solo por el antojo del artista de exhibirlo. Es innegable la potencia de este hecho que hizo estallar los cimientos de la cultura burguesa de su época, pero sus rescoldos llegan hasta grados extremos donde se sostienen casi impunemente “ lo importante es la idea, no su ejecución”.
Damien Hirst, es un artista británico, famoso por vender en millones un tiburón, que luego tuvo que sustituir porque se descomponía, el cual declaraba con soltura que no era necesario que un artista hiciera su obra, al igual que los arquitectos, no se le “antojaba” necesario; muchas veces solo le daba a sus obras algunos retoques y con su firma bastaba.-
Así investidas en la lógica del espectáculo mediático la figura del autor se transforma en celebridades; un cierto tipo de mercancía revestida de un barniz de “personalidad artística” , y asimismo dispensan cualquier tipo de relación con su obra”.