De eso habla un cuento de Enrique Wernicke, escritor argentino (1915-1968), llamado “Los caracoles”:
El narrador, un hombre mayor, cuida un jardín donde cultiva plantas diversas, y sus enemigos son los caracoles, que tienen la única intención de arruinar todo crecimiento y cualquier flor que en ese territorio comience a asomar. Por lo tanto, la mayor ocupación del hombre es luchar contra los caracoles y procurar exterminarlos.
Su amiguita, una niña, Adriana, adora los caracoles. Se enfurece contra el hombre, a quien llama Tío Viejo. Ella se opone a la muerte de los caracoles.
“Tío Viejo, tú no sabes que los caracoles son lindos”, dice Adriana mirándolo a los ojos.
“Tienes razón. Yo no sabía que los caracoles eran lindos. Pero los caracoles estropean mis plantas y por eso los mato.”
“A mí no me importan nada tus plantas…”
Esta discusión se va dilatando en el tiempo, y cada uno defiende sus mundos, sus valores preferidos.
Otro día Adriana le pregunta: “¿Tu crees que cuando yo sea grande también tendré que matar caracoles…?
El hombre le asegura que el futuro será mejor que el presente. La niña llora, sin embargo, porque el presente sigue siendo amargo.
El, para consolarla, le dice al oído: “¡Muera mi mundo viejo! ¡Viva el mundo de Adriana! Viva un mundo nuevo para los niños y los caracoles. Viva… ¡Perdóname, que demonios, viva un mundo donde también vivan las plantas!”… (Fin)
No podemos estar juntos sino haciendo este tipo de concesiones. Quizás sacrificando algún valor inferior en pro de alguno superior. Es un cuento de plantas contra caracoles. De caracoles contra plantas. Todos tienen derecho a vivir. Los dos mundos son en sí contradictorios, y a la vez ambos son validos en sí mismos como opuestos. También, ambos protagonistas representarían dos generaciones lejanas entre sí, la de Adriana de siete años y la del hombre mayor. Pero ambas partes deben aprender a convivir, buscando un modo. Los caracoles valen y las plantas valen. La niña debe aprender, debe crecer a la convivencia, a la comunicación, no a lo mío y a lo tuyo, sino a lo nuestro. Tío Viejo, al final está dispuesto, a conceder la supervivencia de los caracoles, pero luego se rectifica y también quiere que vivan las plantas.
Y es en esto donde reside la honestidad del hombre. Cada cual tiene derecho a preservar sus predilecciones. Lo que no puede es imponerlas a los demás.
Por último, puede que exista, también, algo superior a los caracoles y las plantas: el afecto. El de te quiero y quiero que sigamos siendo amigos y compañeros, por lo tanto sacrifico lo mío privado y tan personal para preservar nuestra relación. No dejare que nada se interponga entre nosotros, ni plantas ni caracoles.